El pueblo elegido por Dios



Cuenta la leyenda que el pueblo elegido por Dios, por su actitud paciente no por su reprobable aspecto, sufría los rigores del crudo invierno mientras a escasos kilómetros de ellos otras familias  disfrutaban de temperaturas mucho más amables. A los primeros se les helaba una cosecha  que no recogían augurando que se habrían de mantener de mierda de la las cabras, si el Todopoderoso no ponía remedio, tocando a dos bolitas por cabeza y día, según cálculos del Chamán. Mientras que  el resto de los pueblos cantaban, danzaban y retozaban entre el trigo y el mijo que permitiría rebosar los silos, y festejaban los mozos y se alzaban las faldas las mozas en el pajar y todo era alegría y jolgorio,  en verano la tierra mostró su aspecto más yermo para el pueblo de Dios, con sequía, sed y escasez, y malhumor y desencanto y suicidios colectivos y separaciones en matrimonios octogenarios... Mientras que las familias cercanas al pueblo de Dios eran tocadas por la suavidad de unas temperaturas medianeras, de unas lluvias agradecidas y de unas frescas noches en las que sacar las sillas a la puerta y parar la conversación por la presencia de algún foráneo o visitante: -mira Obdulia, ese de ahí es un desgraciao elegido por Dios, el pueblo elegido por Dios vaciaba sus despensas, paralizaba sus construcciones, cerraba sus escuelas por falta de nacimientos y abría un anexo en el cementerio por el aumento de sus finados.
 Cuando se acabaron las oraciones, la paciencia y las cabras el más principal de todos los clanes del pueblo elegido por Dios ordenó un sanedrín convocando a ancianos, sabios y jefes de familia y les propuso llevar una misiva con ruegos y quejas, donde se creía que vivía el mismo Dios, Hacedor del bien y del mal. Estos eruditos padres decidieron a mano alzada un unánime sí, a excepción del manco de dos brazos al que no se le tuvo en cuenta su abstención.
Llegados a este punto tan solo faltaba por concretar quien de toda la comunidad de los elegidos por Dios iba a ser el encargado de llevarle la misiva. Temerosos de que sus quejas no fueran entendidas i o aceptadas y que innumerables calamidades vomitara Dios sobre sus cabezas, aunque también dudando de cuántas desgracias nuevas se podrían cernir sobre ellos que resultaran más insufribles que las padecidas hasta el momento, decidieron, nuevamente por total unanimidad, que iba a ser el sordomudo, y no otro. A quién iba a ser el embajador del pueblo elegido por Dios se le explicó el cometido hasta que lo entendió y aceptó y se vio agasajado  con dos días con sus respectivas noches dónde no le faltó ni de comer, ni de beber ni de folgar en el agujero a elegir. Exhaustas las mujeres y divertidos sus maridos por ser cebo también del embajador, fue el momento de librarle los anhelos que llevaría ante Dios, de cargar la burra con viandas para el largo viaje y de desearle  toda la suerte que los hermanos suelen pretender en estos casos de separación. En la despedida de la montaña, para los que todavía quedaron en pie, todo fue lágrimas y deseos de que aquella empresa acabase bien, y ver al embajador de vuelta, y escuchar su trayecto y encuentro con el Altísimo, y oír describir a Dios una vez hallado y esperar con toda la fuerza de sus corazones un porvenir más halagüeño para el pueblo elegido por Dios.
No hubo sendero que no atravesara aquel enviado y su borrica, ni lluvia que no les mojara, ni rama que no les azotara, ni piedra que no se les clavara, ni rayo que no les rayara... Mas nunca salió de sus labios ni el más mínimo de los quejidos. Y por más ardientes que fueran las mañanas y más heladas que fueran las noches, y más rigurosa que fuera la hambruna y más escaso que fuera el sueño el elegido por el pueblo elegido por Dios y su acémila alzaban el ánimo hacia el cielo del pundonor y el coraje. Era su sonrisa su abrigo y su esperanza su alimento y por más que soplaran los vientos cenizas de desánimo y quietud siempre caminaron con la luz de la lealtad a corazón abierto.   Y al punto de que las piernas y patas flaqueaban por falta de sueño y  sustento y el campo se hacía desierto y el cielo un negro agujero como  boca de lobo apareció un riachuelo, allí a lo lejos, como un espejismo. Ambos corrieron, galoparon con las últimas fuerzas y la vida en la garganta hasta llegar a la ciénaga de aquel pequeño estanque. Hincaron sus rodillas sin atender otros animales como libélulas o más peligrosos y saciaron la sed de infinidad de jornadas sin aliento mas,  al percibirse el pobre hombre del reflejo de una imagen que no correspondía con la suya apartóse  de aquel remanso como rebotado por un empuje. No te asustes, le decía el agua, pues yo soy el que has venido a ver.
¿Cómo puedo saberlo si no me envías una señal? Preguntó el humano azorado y descreído. Tengo una carta como misión que no puedo entregar a nadie más que a Dios. ¿Es que no había otro más gilipollas para enviarme? Habló el viento por boca de Dios. Y repitieron los árboles: - Arme, arme. La duda hizo nevar y tronar al mismo tiempo pero viendo el Hacedor que culpa alguna tenía la burra y estaba padeciendo las mismas rigurosidades ordenó cesar el calvario de hielo y aparato eléctrico a la vez, hasta que, finalmente, Dios habló por un ruiseñor que se le posó en el hombro. ¿Es que acaso no has recuperado las capacidades de oír y hablar? Pues sólo su Inmensidad puede obrar estos prodigios.
Aterido de frío y miedo aquel hombrecillo se tiró sobre la hierba entonando todas las disculpas que su poco entendimiento sabía razonar. Guárdate las letras y date por entregadas, le habló así el barro, pues sé de vuestras pretensiones y vuestras quejas antes de quitar la lacra al sobre. Y el rocío bajó hasta sus pies con zumbido de abeja y le dijo:- Mi pueblo elegido erais por pacientes e ingenuos pero no habéis sabido aguantar el envite de un año malo de calamidades. Yo os hubiera recompensado con lluvias de trigo y estanques de cerveza. Una retahíla de hormiguitas le cosquillearon sus piernas mientras al punto decían:-Sólo vosotros habéis resistido con más alegría, alejados al desfallecimiento por cuanto las inclemencias del tiempo eran desfavorables. Sólo vosotros sois dignos de llamaros el pueblo elegido por Dios. Y repetían las piedras lo que cantaban los mirlos:- Y no habrá diferencia entre burros y hombres, y dos seréis los primeros y un ejército los siguientes. Y se escuchaba de dentro de las cuevas:-Desde aquí poblareis la tierra que te regalo y seréis libres para hacer y no hacer pero observareis mis leyes. I no os cansará el trabajo ni os apenará superaros. Y aquel señalado como heredero del amor, en un mar de lágrimas y azorado por el desconcierto, mientras se fijaba la mirada en su compañera de viaje, alzaba la voz hasta despeinar los olivos:- Pero, ¿Cómo haré para no sentirme solo en las oscuras noches? Y toda la bóveda celeste repitió aquello que rebuznaba el jumento:-¿Cómo se puede ser tan gilipollas?

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