malentendidos

MALENTENDIDOS DE NAVIDAD.

¡Qué paradoja! Mi hija aprendió quién son los Reyes Magos antes de saber escribir la carta a los Reyes Magos. Todo esto aconteció sobre los seis años. Nuestra modesta posición económica nos llevaba a aconsejar a Laurita que solo pidiera tres de los innumerables juguetes con los que la televisión, y los demás medios de comunicación, bombardeaban a la niña, y a nosotros, sus padres. Un año antes aprendió que había niños por cuyas casas no iban a pasar sus Majestades los Reyes por lo que ella se iba a erigir en Reina Maga y, así, nos acercábamos a una juguetería  y comprábamos y envolvíamos un juguete llevándolo, más tarde,  a una iglesia u organismo que se encargagaría de portarles la ilusión envuelta en papel de regalo; así como comida y ropa. Con el tiempo aprendería que a esos niños, en la mayoría de los casos,  un viento o una bomba  había destruido sus casas.
Fue por ello por lo que un aciago tres de diciembre de no importa qué año la niña se paralizó cuando llamaron a la puerta y, al abrirla, pudo ver, en el descansillo de la planta, tres extraños  disfrazados de blanco, morado y negro. Se identificaron como los tres reyes de Oriente, aun a sabiendas que medio Oriente estaba en guerra,  le comunicaron que traía presentes,  aunque la niña no supo identificar bien qué era aquello de la mirra,  y anunciaron buenas nuevas:  el nacimiento de un tal Emanuel, para toda la humanidad. Laurita, bien educada, les indicó que el alumbramiento del niño era en el 2º 2ª,  pero  que seguramente no podrían verlo porque se encontraba en la planta de neonatos hasta que alcanzara un peso adecuado para poder salir del hospital.  No se quedó ni con el oro porque mi hija no coge nada de desconocidos  y les cerró la puerta deseándoles felices fiestas.
Al preguntarle quién o quiénes habían llamado nos respondió con una sonrisa y un comentario infantil: no eran nadie, simplemente tres colgados que se hacían pasar por monarcas, no recuerdo de qué país...  Más o menos como el gordo de blanco y rojo que lo teníamos encajado en la chimenea por sus caderas, pero éste sin parar de reir.
Malos tiempos para las visitas, le dije, y seguimos golpeando aquel tronco con ojos pintados, gorro frigeo y nariz de payaso, hasta que debajo de su manta salieran golosinas y cosas parecidas... Pero como todos los niños saben, y la mía la primera,  de un árbol  no crece chocolate.
Quin Valiente
photo by google

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