Carta al amor que dejé en Alepo.

Desde que te has ido el ave no vuela libre, el árbol no crece recto, el aire no sabe limpio y el agua no fluye quedo.
Y el cielo amenaza con llorar, sobre nuestras cabezas, cenizas de culpabilidad y miedo. Y la mañana no quiere ser mañana ni futuro, y a la noche le sucede otro trueno y el fuego no está en el hogar sino en las esquinas donde se amontonan juguetes sin ojos, ladrillos y huesos.
O quizá te fuiste tras los insoportables ladridos del perro intuyendo que el ave no sabría puro, el árbol no volaría quedo, el aire no fluiría justo y el agua no crecería recto.
 Y el miedo amenazaría con llorar, sobre nuestros hogares, culpabilidad de noche y truenos, y el ladrillo no querría ser juguete, y a la mañana le sucedería otro fuego.  Y los ojos estarían en las esquinas donde se amontonarían cabezas rotas, futuros y huesos.
Seguiré tus pasos si conservo las fuerzas y estoy a tiempo antes de morirme con el ave que no fluye justo, el árbol que no crece libre, el aire que no vuela quedo y el agua que no sabe limpia.
Ahora que las mañanas amenazan con llorar, sobre nuestros hogares, truenos de ceniza y cielos. Y los ladrillos no quieren ser futuro y a las cabezas les sucede otra culpabilidad. Y la noche está en los ojos donde se amontonan miedo de esquinan rotas, juguetes y huesos.



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