LA ÚLTIMA  LLAMADA.


Y recibió una llamada con número oculto que no tenía que haber aceptado porque... ella nunca lo hacía, y al preguntar María sobre la identidad del emisor le sonó conocida aquella voz que se presentó como Enrique, su desaparecido esposo. La mujer se quedó sin palabras, circunstancia que aprovechó el otro para lanzarle el mensaje que le había llevado a realizar aquel ejercicio sobrehumano que fue el conseguir recordar los nueve dígitos del celular de la chica.
-Tienes que escucharme, María- comenzó a decir él. -He recorrido un largo camino hasta llegar a este punto en el que me encuentro. No me tengas miedo y atiende, por favor, te lo suplico, con mucha atención.
A la chica se le cayó el teléfono al suelo, por el sudor en los dedos y temblores fríos en todo su cuerpo, y el aparato iba perdiendo, en la caída, cobertura y carcasa, hasta esparcirse por el comedor los componentes más dedicados de los que estaba hecho. La chica cayó a plomo sobre el sofá, sin proponérselo. Aquella noche era la más callada y oscura de todo el invierno. Esto es un sueño, se repetía mil veces. Cualquier mal amigo podía ser el autor de aquello mas, sin tiempo a reflexionar, sonó de nuevo el teléfono, el de casa esta vez. María se encontraba a diez, doce pasos escasos de poderlo coger pero la intuición de saber que podría ser el mismo le paralizaba cualquier reacción y, envuelta en sollozos y negando su existencia, retumbaba en su cabeza el timbre del aparato, como una banda de  infernales tambores. De naturales maneras necesitaba taparse los oídos y sembrar su cabeza con imágenes bellas para intentar hacer desaparecer aquel incesante ruido que la estaba volviendo loca. Mañana me caso, se decía. Me caso con Javier, un lindo muchacho que nos quiere a mí y a mis hijos, porque  me lo ha demostrado incluso antes de que desapareciera mi marido.
Inútil fue apagar el pensamiento de aquella cadencia sonora que continuaba desmontando su cerebro. Descolgó el auricular con temblorosas manos y gritó a su interlocutor.
-       ¡¡¡Vete al infierno!!!
-       Solo te pido un minuto, María.
 Era él. Y repetía.
-        Un minuto nada más. He venido a buscar unas fotografías que me requieren y
deben estar en el arcón marrón de la buhardilla, si no las has tirado ya. El resto de mis pertenencias te las puedes quedar. Sé en positivo que no me pertenecen.
La chica tiró  el teléfono tan lejos como pudo  pero al ser de cable corto rebotó en su cara cómo escupitajo de su marido. Herida pero menos se deshizo del aparato arrancando de cuajo el teléfono por entero y hecha un  ramillete de nervios, o estrangulada por el terror de la culpabilidad, deseó llamar a su amante para calmarle el ansia... pero sabía que no podía ser desde casa. Se llegó a la habitación, encendiendo cuántos interruptores se encontraba a su paso, entró en el frío dormitorio  viendo salpicada la cama por la lluvia de la calle que se había filtrado por entre las ventanas abiertas. Se vistió a la carrera, se olvidó de los retoques. Perdió de vista la frontera entre combinaciones de colores y las mínimas reglas de estética: blusa mal abotonada, falda desencajada, deportivas sin cordones; abrigo a juego con nada. Y al llegar a la entrada un estallido de luz acabó con la luz de casa produciéndose un apagón que afectaría a toda la manzana en el momento en que sonó el interfono de la puerta.
María quería que le tragarse la tierra. Gritó un no sostenido y se quedó paralizada junto al telefonillo  que se descolgó girando de izquierda a derecha mientras se resbalaba la espalda de la chica por la pared abajo hasta quedar sentada, hundida.
-        María, tienes que encontrar esas fotos.
 Era la voz de su marido, su pesadilla despierta: un puñal para sus oídos.
-        Para mí es muy importante.
María se ahogaba en su llanto maldiciendo aquel día en que  le dejó de ver... o eso ha llegado a creer durante estos cuatro años. Pero irremisiblemente era él, Enrique,  militar de profesión y siempre ausente por su trabajo.
-        Vete, por favor…-  Balbuceaba María a nadie.
-        Son de nuestra boda y están en  aquel álbum tan grande que Javier, tu amigo el
fotógrafo, nos regaló… Solo me interesan las que estamos con el primero de nuestros hijos, riendo a carcajadas los tres.
Era su marido que regresaba; su tedio y desgana, el  mismo que había sido enterrado por María y su amante  hacía apenas cuatro años.
-        Desde donde estoy me piden, me exigen que les diga, si alguna vez recuerdo
haberte hecho feliz. Déjamelas en el ascensor. No me obligues a subir. No te gustaría mi aspecto.

Por Quin Valiente

 22.11.2016. Sobre un trabajo de 2013


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