EL JOSE Y LA MARU.

El Jose me pidió matrimonio mientras me estaba echando un polvo y a todas sus propuestas les decía que sí: sí, más adentro amor; sí, así; sí, dale. Dale que toma, dale que venga, dale que vamos, dale que me voy … Y es que lo tenía muy claro desde el primer momento en que le conocí dos horas antes, en el bar que estaba a quince metros del  aparcamiento. Continuamos en el furgón de la policía que nos transportaba a la comisaría detenidos por escándalo público con alevosía y nocturnidad... Pero no paramos de practicar posturas: el molinillo de viento, el triángulo tórrido, la tortilla francesa… Las esposas en muñecas y tobillos con las que nos fijaron a la barandilla de atrás no lo hacía cómodo pero ya se sabe que el amor es imaginación. Seguimos en los calabozos de las dependencias policíales ya liberados de toda sujeción. Y si no lo creéis preguntad a los chicos de la banda latina que detuvieron minutos después y con los que nos encerraron en aquella jaula. Uno de ellos le propuse al Jose compartirme como si fuese un porro de marihuana y fue cuando los puse a todos en fila y de rodillas practiqué un divertimento que me recordaba a las largas noches en familia cuando se iba la luz, pero esta vez con amigos nuevos: el karaoke. Cinco, seis, siete, ocho... ¡¡¡Maaaambo!!! Cuando nos llevaron  ante el juez para que nos tomara declaración le pedimos que nos casara. Aprovechando el apagón general que inutilizó  los ordenadores, nos liberó de todos los cargos con la advertencia de que si volvíamos a repetirlo nos iba a poner la sanción de trabajos en beneficio de la comunidad pero que todavía estaba pensando a qué residencia de ancianos nos enviaba por separado para que hiciéramos trabajos manuales. Todo esto nos  lo decía mientras estábamos debajo de la mesa. Dale que dale, dale que toma, dale que venga.. Dale que me voy. Al salir de las dependencias judiciales, y aprovechando que la ciudad estaba a oscuras, nos metimos en un contenedor limpio y continuamos dando rienda suelta a nuestra pasión, sintiendo como nuestros gritos retumbaban dentro de aquella lata. Desde la noche del bar no hay un momento de espera ni de tranquilidad y la locura que siento por mí Jose no ha cambiado ni un centímetro por más que vivamos con tanta luz como en Laponia. Ahora estoy esperando el nacimiento de mi primer bebé, al que le llamaremos Mariluz, si es niña y, si es niño, Valentín, como no podría ser de otra manera, para que su diminutivo cariñoso sea Vale, y nos recuerde siempre esta frenética historia de amor. Vale que toma, vale que dale, vale que venga… Vale, que nos vamos.

Quin Valiente.

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